En 1948, la UNESCO creó el Instituto Internacional del Teatro (ITI) para propiciar el entendimiento entre las naciones mediante la expresión teatral.
En 1961, el ITI estableció el Día Mundial del Teatro y fijó la fecha para conmemorarlo: el 27 de marzo de cada año. Desde entonces, y durante 56 años, quienes se dedican al arte dramático han aprovechado esta fecha para reflexionar acerca de su mundo y para destacar sus creaciones ante “el teatro del mundo”, es decir, ante el mundo y la sociedad entendidos como una vasta puesta en escena de ceremonias y rituales.
Recordemos que, desde la antigüedad clásica (la alegoría de la caverna, de Platón) hasta las teorías de nuestro tiempo, se ha manejado la metáfora del Theatrum mundi, o el mundo como un teatro; y recordemos también que la palabra “teatro” significa etimológicamente ‘lugar para ver un espectáculo’. Si partimos de estas premisas, comprenderemos con facilidad que el fenómeno teatral involucra todo lo humano.
¿Por qué y para qué se da la imperiosa necesidad de la existencia del teatro como manifestación artística a través del paso de las civilizaciones, por lo menos desde el siglo V a. C. cuando los griegos inventaron ese arte?
Las respuestas a esa compleja pregunta pueden ser innumerables y provenir de diversos campos de las ciencias humanas. En este pequeño escrito, solo señalaré algunas de las características que, desde mi experiencia personal como hombre de teatro, se me han manifestado con deslumbrante y emocionante claridad.
¿Por qué se hace teatro?
Porque los seres humanos necesitamos comprender cómo funcionamos como individuos y como seres sociales. Todas las ciencias sociales apuntan a ese objetivo, pero el arte, y en especial el arte del teatro, pueden dar respuestas desde la misma experiencia de vivir. En el actor se da la transformación, el experimentar ser algo distinto de uno mismo para mostrar su desacuerdo con lo que se es y con la realidad (por ejemplo, la injusticia del mundo). En el acto teatral se objetiva, se pone en escena, ante mi propio yo y ante los otros, el funcionamiento del mundo humano: sus miedos, sus esperanzas, sus ambiciones, sus deseos más íntimos, sus odios, sus amores... En suma, toda la experiencia conflictual del ser humano en el mundo.
¿Para qué se hace teatro?
Para sentirnos menos solos. Cada espectador, al poder contemplar sobre la escena las vicisitudes de los personajes, se da cuenta de que sus cuitas personales son las mismas que aquejan a sus semejantes. Eso despliega una red de solidaridad, de comprensión, de tolerancia y puede abrir vías para la colaboración en el esfuerzo por superar el individualismo y el egoísmo, para trabajar mancomunadamente por una existencia mejor en los planos personal y social.
Por otra parte, esa experiencia se da en el teatro de una manera directa, presencial, sin intermediarios, cara a cara. De esta forma se propicia un contagio racional y emocional inmediato que es útil para comprender que no estamos solos y que podemos y debemos unir nuestros esfuerzos y esperanzas en la búsqueda de formas de vivir más justas y armónicas.