Lee el relato de cómo una estudiante enfrentó sus problemas de salud mental y cómo la Universidad la apoyó en este proceso. ¡No estás solo!
Seguro todos hemos escuchado, ya sea en la universidad o en el colegio, el mito de ‘La caverna’ de Platón que usó para proponer su tesis sobre la relación entre lo físico, la verdad, el mundo de las ideas y cómo nosotros existimos entre ellos. En esta historia, busco proponerlo como una metáfora frente a una serie de situaciones que viví hace poco.
Soy estudiante del programa de Comunicación Social y Periodismo y tengo 28 años. Empecé un poco tarde a estudiar en la universidad mi pregrado porque inicié otra carrera, pero la dejé porque por temas familiares tuve que cambiarme de ciudad, entonces tuve que repensar mi futuro profesional, sin dejar de lado el área que más me atraía que era las humanidades.
A mis 25 años estaba en varios escenarios: me encontraba cursando séptimo semestre de mi actual carrera, tenía un trabajo de ocho horas con turnos rotativos en un call center, convivía en una familia disfuncional puesto que mis padres estaban recién separados después de 30 años de convivencia permanente, estaba inscribiendo clases en las tardes para que se ajustaran a mi horario de trabajo porque sin trabajo no hay estudio, tenía un par de amigos porque no tenía tiempo para compartir, estaba en una relación que no funcionaba y que me generaba más tristezas que felicidad y por la cual empecé por fumar para “relajarme” porque me dolía mucho que mi pareja no me quisiera como yo deseaba. Finalmente, llegó la pandemia y todo empeoró.
La pandemia fue la época en la que me di cuenta que hacía un tiempo estaba en la caverna, pero no lo sabía, fue un choque frontal con la realidad de la vida; el teletrabajo se convirtió en mi desconexión habitual, no lo disfrutaba pero era el recurso que tenía para sostenerme económicamente para sobrevivir y continúe con mi carrera de la misma manera.
El agotamiento y el cansancio aparecieron, tenía el anhelo de que pronto acabaría, pero jamás pensé que del primer aislamiento de cuarenta días, pasaríamos a dos años encerrados en nuestras casas con personas con las que teníamos dificultades para convivir y con quienes, a pesar de ser familia, siempre nos sentimos lejanos. Veía las noticias y me generaban un sentimiento enorme de incertidumbre y miedo por mi salud y la de mis cercanos, en casa empezamos a comer solo dos veces en el día porque no alcanzaba para más y me empecé a hundir en la ansiedad porque ya no conseguía lo que antes me ayudaba a relajarme… la realidad empezó a mostrarme uno a uno todas mis problemas, como la soledad en la que me sentía, pero las cosas no pararon en este punto.
Sería el principio de mi etapa como prisionero; mi abuelo quién era como mi padre se fue por causa del covid-19 y su ausencia me dolió un montón. Mi pareja y yo quedamos embarazados por fallas del método de planificación y después de dos meses lo perdimos… la ilusión de una nueva vida en la familia se fue al piso y decidimos separarnos. Me empecé a sentir muy triste y ya no pude más, tuve que renunciar a mi trabajo por la incapacidad de concentrarme y un sentimiento de tristeza tan profundo empezó a ser casi que permanente. Dejé de asistir a la universidad porque no le encontraba el sentido a estudiar, me sentía como un payaso de la vida.
No hablé con nadie, solo buscaba la manera de relajarme pero fue más frustrante saber que ya no era algo posible por el aislamiento; a veces tenía pensamientos como salir corriendo a la calle sin rumbo. Ocasionalmente no quería vivir, no tenía ganas de levantarme, no dormía bien, lloraba todo el tiempo. Por el agotamiento perdí el apetito y empecé a aislarme y a bajar de peso; mi familia se preocupó, me querían llevar al médico pero yo insistí en que no quería hablar con nadie, a pesar de que existía el apoyo de mis amigos y mi familia, me aislé de todos, tampoco quise contestar ni recibir llamadas.
Después de tres días en mi habitación salí porque tenía hambre y empezaba a sentirme débil, entonces quise buscar unas fotos y unas canciones que tenía guardadas en mi computador y de primeras en la bandeja de entrada de mi correo vi un mensaje de la Universidad ofreciendo atención por psicología a la comunidad estudiantil; lo pensé porque siempre sentí desconfianza de los psicólogos, pensaba que era una pérdida de tiempo, pero finalmente uno siempre terminaba resolviendo sus problemas y efectivamente es de esa manera, ya que todos tenemos las habilidades y las capacidades, el tema es el cómo debo trabajar en mí mismo para llegar a ese punto del camino. Fue necesaria una guía a la que yo nunca antes pensé acceder y tampoco lo tuve en cuenta como una experiencia que debía vivir para evitar verme y sentirme tan mal.
Las falsas ideas en mi cabeza, de pensar en que no necesitaba ayuda, habían permitido que llegara hasta ese punto. Yo, como en el mito, era un prisionero de mis ideas y las falsas percepciones que tenía de la realidad. Me vi en el espejo y me sentí tan mal que decidí aceptar la oportunidad para hablar, pues la Universidad era un espacio en el que me sentía más importante que en la eps. Este fue el principio de un camino de autoconocimiento, aceptación y valoración de los diferentes espacios que existen como apoyo al fortalecimiento de mi salud mental, pero que conscientemente no aproveché de la mejor manera para ayudarme desde el principio de toda esta historia.
Finalmente conocí el servicio que me ofrecían en mi primera cita y fue un gran alivio por lo menos tener un profesional que me escuchara y entendiera todo lo que había vivido: mis experiencias y situaciones que no sabía manejar y agravantes cómo que el tema de mi consumo ocasionalmente podía empeorar mi situación. Después de ese primer diálogo me sentí más libre, pude entender lo que me pasaba y aunque debía ir con mi eps de urgencia porque mi estado depresivo estaba muy avanzado y necesitaba un equipo de ayuda profesional más grande.
Todo fue un proceso con intervención de psicología clínica y el psiquiatra, quién me formuló medicamentos para que pudiera dormir mejor, disminuir mis pensamientos catastróficos y negativos de todo mi panorama. Empecé a creer de nuevo en que solo era una etapa y no significaba que todo debía terminar allí; mi luz fue entender que sí había salida. Ahora veo hacia atrás y me siento más tranquilo para enfrentar el mundo.
Y quiero comentarles que mi deseo ahora es que ustedes también sepan la verdad frente a la atención en salud mental, que se olviden de los mitos y los estigmas frente a los psicólogos. Finalmente retomé mis estudios en la Universidad Central y ahora soy promotor de bienestar estudiantil. Espero que nos podamos encontrar en algún para que pueda escucharlos, darles un consejo y decirles que con disposición y conocimiento se puede salir de la caverna.