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“Sus elocuentes discursos han llamado la atención de numerosos públicos precisamente porque se ha atrevido a proponer hacer la paz con todos los sectores de la sociedad colombiana”.
El actual presidente electo de Colombia, Gustavo Petro, ha propuesto un gran acuerdo nacional que se efectúe por medio de un diálogo social para alcanzar la paz.
Pero habla él de una paz grande, no de la que se firma entre un Gobierno y una guerrilla, sino de la paz que abarca e incluye a cada sector de la sociedad, sin exclusiones ni discriminación alguna.
La idea de unir al país, Gustavo Petro la viene proponiendo desde el inicio de sus campañas electorales, que se han basado en la defensa de la paz. De hecho, gran parte de su vida la ha dedicado a la defensa de la paz: su gestión en los últimos cuatro años en el Congreso de la República estuvo centrada en defender la implementación de los acuerdo de paz firmados entre la guerrilla de las FARC y el Gobierno en el 2016; y bien es sabido que estuvo presente e hizo parte de los acuerdo firmados entre la guerrilla del M-19 y el Gobierno que llevó a la Constitución de 1991, un acuerdo sobre lo fundamental.
Sus elocuentes discursos han llamado la atención de numerosos públicos precisamente porque se ha atrevido a proponer hacer la paz con todos los sectores de la sociedad colombiana, por años marcada por guerras, conflictos, divisiones y peleas entre todos los bandos existentes.
Su última campaña electoral, la que hoy lo tiene asegurado en el solio de Bolívar, estuvo apoyada por distintos sectores, grupos y personas que en el pasado fueron sus oponentes y contradictores acérrimos; esto le causó diversas críticas por parte de su contra campaña y por parte del centro político del país. Sin embargo siempre que se le preguntó por sus alianzas con sectores o personas involucradas o relacionadas en el pasado con corrupción, violencia y demás, supo responder sabiamente argumentando que “la paz se construye entre diferentes, no entre iguales” y que “nadie es quién para juzgar el accionar pasado de otra persona”.
En la narrativa de su discurso mencionó siempre el perdón social como base fundamental de la construcción de una sociedad en paz. Y aunque muchos de sus votantes en redes sociales han demostrado un odio y un desprecio profundo al expresidente Uribe y al uribismo, desde antes de ser elegido, Petro aclaró que en un eventual gobierno suyo invitaría al expresidente y a todos los sectores de oposición a hacer parte de la construcción de la paz nacional.
Hoy, se tiene conocimiento de la invitación abierta del presidente electo Gustavo Petro al expresidente Álvaro Uribe a un diálogo sobre los temas que aquejan al país y sobre la nueva agenda de Gobierno que se prepara. Para muchos, esta escena era quizás imposible de lograr, pues durante más de 20 años han sido dos lados totalmente opuestos que se han enfrentado y atacado con fuertes palabras y señalamientos en la tarima política del país. Aún son recordados los enfrentamientos públicos cuando uno era presidente y el otro congresista, o cuando ambos se atacaban verbalmente en las Plenarias del Senado.
Pero también hay que reconocer el acto de valentía y el significado de un cambio que representa esta nueva escena. Que dos oponentes, protagonistas en el escenario político del país en los últimos 20 años, se sentaran a dialogar y que exista la posibilidad de un acuerdo para dejar las diferencias de un lado y empezar a escribir un capítulo de paz en esta historia de terror que es Colombia, significa una oportunidad antes inimaginable que no se debe dejar pasar.
Y es que el discurso de Gustavo Petro tiene un punto muy interesante, puesto que habla de “la política del amor”. Afirma que el lema debe ser “amarnos los unos a los otros y no odiarnos los unos a los otros”. Durante su campaña invitó a su electorado a que en vez de pelear con sus semejantes, sedujeran y convencieran a las demás personas por el cambio que proponía.
Gustavo Petro ha logrado entender algo que quizás ningún candidato de izquierda había entendido antes: Petro le ha dado una visión diferente a la izquierda colombiana, la ha convencido de que puede ser Gobierno; a diferencia del discurso de la izquierda ya vieja del país, que siempre tuvo mentalidad de oposición, Petro logró que la izquierda pensara como Gobierno. Y ha entendido que debe gobernar para todos, no solo para sus electores.
Siguiendo la narrativa de su discurso, explica él mismo, que la paz grande se construye entre todos los miembros de una sociedad, en este caso de la sociedad colombiana. Eso implica aceptar nuestras diferencias ideológicas, religiosas, políticas y pensantes, así sean contrarias u opuestas. Eso significa aceptar y respetar al diferente, al oponente.
También explica que la paz grande es esa que se practica en la cotidianidad, en el día a día, en soportarnos los unos a los otros, en aprender a convivir como sociedad a pesar de nuestras diferencias, a pesar de nuestra diversidad, a pesar de nuestra forma de pensar o nuestras ideologías.
Diferencias sí, pero no sectarismo. La aceptación de las diferencias es fundamental en la construcción de una sociedad en paz, que se haga llamar democrática. Eso es lo que hace rica a una nación democrática: la diversidad de pensamientos e ideologías políticas, religiosas y demás.
Yo prefiero que este entrante Gobierno, al igual que esta columna, sea una invitación:
Usted, lector y lectora que votó por Petro, que votó por otro o que incluso votó en blanco, es más, usted que ni siquiera votó, venga, dialogue, hable, exprese sus pensamientos, sus opiniones y sus propuestas. Al fin, eso es lo que diferencia al ser humano del resto de los animales: su capacidad de comunicarse por medio del diálogo, su capacidad de hablar, de platicar, de escuchar, de comprender. Por eso se cree que somos seres pensantes, porque nos comunicamos de una forma particular: el diálogo.
Esta es una invitación para que deje de pensar que el otro sobra por opinar diferente. Para que deje de pensar que el otro se tiene que ir del país por haber marcado diferente en un tarjetón. Para que deje de pensar que somos enemigos y que no podemos convivir en el mismo territorio o en la misma nación por el hecho de haber tenido diferentes preferencias políticas.
Es un error imperdonable seguir cayendo en el mismo juego absurdo de seguir repitiendo esta historia de guerras civiles no declaradas que nuestros abuelos y padres han padecido. Es una estupidez seguir cayendo en el juego absurdo de matar moralmente al otro por opinar o ver las cosas de diferentes formas. Esta, además de una columna, es una invitación a no seguir cayendo en el juego inhumano de seguir matando moralmente al que opina y piensa diferente a mí. Hay que dejar atrás la tendencia dañina del matoneo y el acribillamiento al otro, que por años, siglos ya, nos ha sumido en más de doscientas guerras civiles no declaradas que dejan como saldo un desangre sin fin y un millar de almas condenadas a la repetición constante, diaria y permanente de esta violencia directa e indirecta que nos ha impedido avanzar hacia el desarrollo y hacia la paz.
Dejemos de mandar al otro al batallón de fusilamiento por no pensar como nosotros, dejemos de pintar la puerta del oponente de color azul para marcarlo como el enemigo a la vista que no piensa ni vota como nosotros, como se hacía en el Macondo de Cien años de soledad de García Márquez.
Acá nadie sobra.
El acuerdo de una paz grande de construye en la cotidianidad de la diferencia. Acá nadie sobra.