Una reflexión sobre la importancia de las relaciones humanas en el proceso de aprendizaje.
De niño recuerdo una adivinanza que nos enseñó mi papá, decía así: ¿Qué es lo que un rey ve y Dios no ve, sabiendo que Dios ve todas las cosas? Solo con el tiempo nos dio la sorprendente y obvia respuesta.
La pandemia encontró a todos con los brazos abajo; nadie se ha escapado, excepto una que otra gran empresa, pero sobretodo, las de tecnología como Google, Amazon y Facebook. Ellas siguieron, por el contrario, ganando y acumulando ganancias pues, a la mayoría no nos quedó otro remedio que hacer uso de los fantásticos servicios de la web.
La educación se vio obligada a utilizar los servicios de estos operadores que, hace años, se percataron de las potencialidades de sus productos y servicios; la “educación” mediada por computadores se convirtió en la estrella y resultó el argumento que tanto necesitaban algunas pseudo universidades que hace años incursionaron en la triste célebre educación virtual, esa que, contrario a lo que la mayoría afirma, saldrá mal librada pues la inmensa población hace ruegos por que pase esta oscura hora y tirar a un lado, por un muy buen tiempo, las aburridoras pantallas.
La prensa y los gurúes de la educación, deletreando la realidad, toman la experiencia y empiezan a hacer eco de tendencias y ofrecimientos de empresas como Google que afirman tener un programa de capacitación, casi regalado económicamente para sacar, en cuestión de semanas, al mundo laboral jóvenes preparados para la programación. Un ejército de jóvenes del mundo seguro tomará ese camino y, por ley de la oferta y la demanda, sus salarios serán miserables.
Pero hay miles de ejércitos de jóvenes a quienes les importa poco o nada la programación y que ven el mundo y la realidad con otros ojos, con otras expectativas y sueños. No se imaginan ser los nuevos esclavos detrás de un computador, viendo ceros (0) y unos (1), nada más; ellos entienden que la tecnología es un medio, no un fin y saben cómo y cuándo usarla.
Una suerte de profecías apocalípticas, entonces, se ciernen sobre la educación y esta, al verse avasallada, en cambio de mirar para otras partes, de manera miope sigue las migas de pan que lanzan los magnates digitales y se suma a su acomodado interés.
En estos días le decía a un muchacho universitario primíparo, que “no se va a la universidad solo a estudiar y obtener un título para ingresar al mundo laboral”. Eso es lo de menos, lo secundario. Después de ello, le pregunté: Si lo anterior es cierto, entonces, ¿a qué se va a la universidad? El, no atinó a la respuesta. Luego le pregunté: ¿Cuándo salga al mundo laboral, quién le ayudará a vincularse? Y contestó: las relaciones, los contactos.
Al respecto Julian De Zubiria, dice:
“James Comer dice que ningún aprendizaje significativo puede ocurrir sin una relación significativa. Eso es totalmente lógico si se entiende que lo esencial en educación es el sistema de relaciones que se produce en la escuela. Hoy es fácil de entenderlo. Durante la pandemia los niños no extrañan sus colegios, sino las diversas relaciones que entablan con sus profesores y compañeros. Dicho de otro modo: se aprende más en un espacio que construye un mejor clima institucional y de aula”. (Énfasis nuestro)
En ese sentido, son casi sobrecogedoras las letras expresadas por la periodista Claudia Morales respecto de esta educación mediada por computador citando el caso de su tierna hija que sufre las consecuencias en salud psicológica y física, concluyendo al final:
“Este es un llamado a la comunidad educativa y a los padres de familia para que pensemos en alternativas que les devuelvan la alegría de estudiar a nuestros hijos e hijas, y para que provoquemos cambios urgentemente. Yo sí quisiera que Isabela entrara a sus clases virtuales con otra actitud y, sobre todo, que recuperara su entusiasmo por el conocimiento. Hago el llamado también en beneficio de los maestros y maestras que deben luchar con sus propias angustias, sus hijos y el reto de ser originales con sus clases”.
Su hija origina el título del artículo de opinión publicado por El Espectador y que sintetiza nuestra tesis: “Mami, hoy no quiero prender el computador”.
Y, con todo su poder y tecnología, aquellas monstruosas empresas jamás podrán ofrecer eso ¡Jamás! ¡Jamás! ¡Jamás!