En Public Speaking, se retrata a la intelectual norteamericana Fran Lebowitz, una mujer cuyos sentido del humor e ironía contravienen las posturas políticas y sociales de su país.
Fran Lebowitz (1950), escritora, conferencista y patrimonio intelectual de Nueva York, dice: «Una vez me quedé dormida en el programa de Letterman antes de aparecer. Tuvieron que despertarme: "Fran, eres la siguiente", que significa la última, si eres escritora. La entrevista con Miss América al fin terminó, que sería la tercera entrevista; antes habría una estrella, luego quien fuera Miss América o alguien por el estilo, y enseguida yo». Estas palabras expresan la ironía que encierra para Fran la figura del intelectual en Estados Unidos, pues se trata de una persona cuya imagen no vende (o sea ya no tiene mucha influencia en la cultura), pero a la que hay que escuchar, consultar e, incluso, acosar, en vista de que sabe y conoce muchas cosas. Con tal panorama, el documental de Martin Scorsese, Public Speaking, es un retrato —o una elegante caricatura, si tuviera que decirse con la gracia de Fran o apoyados en el mural del restaurante neoyorquino Waverly Inn— de Lebowitz, amante de la conversación, las entrevistas y la diatriba amena.
Estos placeres de Fran la han llevado a mantener una conversación (y a veces un monólogo) constante con los norteamericanos, la cual versa sobre la cultura estadounidense; claro, manifiesta que el hecho de tener algo que decir le ha traído muchos inconvenientes, pues en Norteamérica odian a los que piensan, especialmente a los intelectuales. Sin embargo, Fran no responde con piedras (o armas, como instrumento atávico de ataque), sino con una actitud, un discurso que mezcla el ingenio y la comedia. Ella define el ingenio como algo frío, en la medida en que es un juicio (agudo, basado en inferencias y lleno de juegos, en su caso); además, como algo corto, que «¡no puede ser arrastrado a la tierra de los largometrajes!». En cuanto a la comedia, Fran dice que se caracteriza por la gentileza, la calidez. Sin declararse como una interesada en emular a nadie, esta intelectual menciona a sus escritores norteamericanos favoritos del ingenio y la gracia: se trata de Dorothy Parker (quien escribió divertidas reseñas literarias de novelas populares) y el insuperable James Thurber. De este último dice, por ejemplo, que es imposible dejar de reír con él. «Dormí en su cama una vez —confiesa Fran—. Es que convirtieron su casa, la casa de su infancia, en museo. Invitaron a escritores a dormir ahí. Claro, yo no dormí, pero me acosté. Y en ese museo pasé la noche. Sin compañía. Y muerta de miedo». De tal forma, Fran es una heredera de la tradición y el desarrollo del Witz, es decir, el comentario ingenioso caracterizado por el conocimiento (que descubre relaciones no evidentes), la ironía y el humor.
Como ya se dijo, el tema de Fran Lebowitz en Public Speaking es la cultura estadounidense —en especial el movimiento cultural de la Nueva York de los últimos cuarenta años—, un interés que convierte al resto del mundo en la periferia. Desde luego, esto no puede interpretarse como provincianismo (difícil ser un provinciano en Nueva York), ni como indiferencia hacia todo lo demás del gran orbe. Lo que hace Fran es opinar sobre algo que conoce muy bien: la gran metrópoli y su cultura, para reflexionar sobre los problemas, los logros, las regresiones, etc., en una ciudad considerada como un símbolo de nuestra época.
En 1978 Fran publicó su primer libro, compuesto por una serie de ensayos cómicos, titulado Metropolitan Life, que se convirtió en un best seller y le representó a ella la posibilidad de volverse famosa y adinerada. Una vez se comprobó el éxito de la obra, un importante productor de cine le ofreció una jugosa suma por permitir que su vida metropolitana fuera llevada a la gran pantalla. Pero inexplicablemente (incluso para la Fran del año 2010), ella rechazó la oferta. En los años de la propuesta, y a las puertas del éxito, Fran también recibió ofertas para convertir en películas otros títulos futuros de su autoría. Ante lo cual expresó: «Resulta que no escribir no solo es divertido, sino al parecer un negocio fabuloso. Dile al productor de cine —pidió a su agente— que tengo varios libros aún no escritos». La intelectual confiesa que habría aceptado todas esas propuestas millonarias si hubiera sabido que el boom-Fran se acabaría tan rápido, luego de su segundo libro, Social Studies (1981).
Sobre el ejercicio de la escritura, Fran opina que la literatura no está hecha por prodigios (no hay niños prodigio en la literatura, como sí es posible en la música, la pintura o el cine) en vista de que se necesita haber vivido para escribir. En cuanto a los escritores, dice que lo importante es que escriban con una voz propia, real, que se va adquiriendo con el tiempo. Aclara, sin embargo, que en el ámbito estadounidense está el caso de Philip Roth, quien ya estaba formado para su primer libro.
En contraste con lo anterior, Fran observa la cantidad alarmante de libros malos que se publican en Estados Unidos. Para ella, esto obedece al exceso de autoestima de muchas personas, quienes creen que es sumamente importante hacer públicos sus pensamientos. En tales casos le diría a este o a aquel escritor: «La historia de tu vida no constituiría un buen libro. ¿Entiendes?». No tiene por qué haber democracia en la cultura, sostiene Fran. Infortunadamente, en los últimos treinta años ha habido demasiada democracia en la cultura y no la suficiente democracia en la sociedad. Tales palabras de Fran además conllevan una crítica a los estudios culturales, tan difundidos en su país, pues el valor de una obra (literaria, en este caso) no depende de la raza, el país, la religión o el sexo del escritor, sino de cuan buena sea la persona en sentido artístico: «La cultura —dice— debería formarla una aristocracia natural del talento». Un ejemplo de esa mala manera de valorar el arte es el juicio según el cual «algo debería tener la homosexualidad, que hacía a las personas más artísticas». La intelectual opina que esta creencia es absurda. Pero lo cierto es que la opresión o el hecho de ser excluido —por ser gay, en este caso— pueden influir positivamente en el talento de las personas, así como puede influir estar deprimido o tal vez verse obligado a observar. A propósito de esto, Fran recuerda la fuerza del pensamiento del escritor afroamericano James Baldwin, de quien el documental presenta unos extractos visuales de su lucha intelectual angustiosa contra el racismo y la discriminación por parte de esa «basta, indolente, irreflexiva, cruel mayoría blanca» de las décadas anteriores a los años setenta en Estados Unidos.
Con respecto a la poca democracia que Fran observa en la sociedad, dice que no cree que los problemas de discriminación como el racismo vayan a terminar en su país, pese a lo absurdo que es el hecho de categorizar a las personas por su raza o, mejor, por el color de su piel. Conforme con esto, opina: «no creo que la elección de Barack Obama demuestre que el racismo terminó. Solo demuestra que este ya no es tan terrible como antes». No obstante, resalta que dicha discriminación podría terminar, por cuanto es una mera fantasía de superioridad.
Aunque la opresión puede ser la motivación de un artista, Fran no desconoce que —en cuanto rasgo de una sociedad entrenada por los convencionalismos y la pantalla del televisor o el computador— también genera regresión, estancamiento, aburrimiento y, por ende, falta de creatividad. Para ella, el matrimonio y la milicia son las dos instituciones más represivas que existen, por ello le parece muy cómico ver a la comunidad gay luchando por su esclavitud, es decir, por el derecho a contraer matrimonio y a enlistarse en el ejército. No hacer parte de eso «era una de las cosas buenas de ser gay», opina.
En contraposición a esa opresión (y a sus efectos) —abanderada, por cierto, por los medios de comunicación, que parecen ser la máxima autoridad y promueven tóxicos como la fama y la posibilidad de convertirse en superestrella—, Fran defiende la opción de no hacer nada productivo: «Soy holgazana. Soy la persona más perezosa en este país». «Nadie ha desaprovechado el tiempo más que yo. Nadie. Incluso diría que, no me gusta presumir, soy la gran despilfarradora del tiempo de mi generación». «Ninguna persona ha malgastado el tiempo como yo». Sin embargo, asegura —con un gesto burlón— saberlo todo. Según Fran, es muy importante dejar de ser tan productivo en clave empresarial, y pasar a convivir más con las personas, «para que se le ocurran a uno ideas», para poder «estar donde estoy todo el tiempo» y, en esa medida, saber «quien está a mi alrededor». Para lograr esto, cuenta que ha renunciado a tener todo aquello que le permite a la gente no estar presente donde está, como el televisor o internet («el mundo entró en la pantalla y convirtió a esta en el mundo»), el celular, el BlackBerry, etc. Lo otro que la holgazanería le ha permitido a Fran es cultivar el arte de hablar en público, algo por lo que fue atormentada cuando niña pero por lo que le pagarían después. En este sentido, manifiesta que su filosofía es la de «reír de último».
Para esta intelectual el público es muy importante, pese a que —sobre todo en los años ochenta— desaparecieron en Nueva York las personas que se ubicaban en las dos primeras filas de los auditorios. A esas personas tan conocedoras de arte las mató el sida, cuenta Fran, como consecuencia de su agitada vida sexual. Entonces las filas se corrieron dos puestos hacia adelante, en las cuales ahora está ubicado el público no especializado que, de todas formas, sigue siendo importante, pues es a quien se dirigen el intelectual y los artistas, cuyos discursos estimulan el pensamiento en una sociedad neoyorquina con umbrales de aburrimiento y adiestramiento muy altos, que obedecen en parte a que la ciudad se llenó de ricos. Esto indica que las personas se han vuelto muy eficientes y productivas, pero no tanto para sí mismas ni para quienes les rodean, sino para alimentar al coleccionista ciego de arte, «símbolo de nuestra época», que bien podría interpretarse como el atroz consumismo.
En Public Speaking, la mirada de Scorsese revela a su interesante heroína sin caer en la indiscreción. No obstante, este tipo de documentales —pensados como una especie de monólogo, movido por temas tácitos preestablecidos— no dan lugar a preguntas de un interlocutor, que puedan surgir ante ideas discutibles o vagas del protagonista (Fran, en este caso). Por ejemplo: hubiera sido interesante preguntarle a Fran por qué cree que los intelectuales ya no tienen ninguna influencia en Estados Unidos, cuando en el contexto norteamericano hay muchos casos de pensadores influyentes, como Harold Bloom o Noam Chomsky; en esta vía, ella hubiese podido ampliar en qué medida en su país odian a los intelectuales. También, cabría la pregunta por la relación que para ella tiene la riqueza con el aburrimiento y adiestramiento en que ha caído Nueva York.
Una buena parte de este filme fue rodado en el restaurante Waverly Inn de Nueva York; además, presenta algunas intervenciones de Fran en auditorios y videos de archivo de la intelectual.
Siguiendo su línea de trabajos sobre personajes del ámbito cultural y artístico, en octubre del 2011 Scorsese estrenó en Londres un nuevo documental, dedicado al más prestigioso y discreto Beatle. Se titula George Harrison: Living in the Material World.
Ficha bibliográfica: Martin Scorsese (director/productor). (2010). Public Speaking (Hablar en público) [documental]. EE. UU.: HBO Documentary Films. Duración: 85 minutos.