Responder a este interrogante requiere hacer un análisis muy detallado sobre el suicidio, su definición, significado e incluso los tipos de suicidio que existen.
El suicidio debe comprenderse como un fenómeno biopsicosocial, es decir, un comportamiento, ideación o actitud que no puede ser reducido tan solo a factores biológicos, psicológicos o socioculturales, sino que se configura a partir del entrecruzamiento de dichos factores. En ese orden de ideas, los motivos que puede tener un joven frente al suicidio (sean ideas, acciones o amenazas) pueden explorarse en las tres dimensiones enunciadas anteriormente.
Factores biológicos, psicológicos y socioculturales asociados al suicidio
Entre los factores biológicos asociados a la conducta suicida, además de la enfermedad mental, se ha encontrado que los componentes genéticos y neurobiológicos pueden ser condicionantes que predisponen a esta conducta. Diferentes hallazgos relacionan esta conducta con la presencia de altos niveles de cortisol, si bien existe evidencia de casos de personas con bajos niveles de esta hormona que han presentado este comportamiento (Young et al., 2004; Lindqvist et al., 2008; Jokinen y Nordström, 2008, 2009).
Por otro lado, se ha “demostrado” que los sujetos con conducta suicida y trastornos en el estado de ánimo (depresión, principalmente) presentan una desregulación en el eje hipotalámico-pituitario-adrenal (HPA) (Young et al., 2004).
Otro factor biológico se relaciona con las anormalidades en los mecanismos serotoninérgicos, vinculados al comportamiento agresivo impulsivo presente en la conducta suicida (Mann, 1999), así como con alteraciones de los sistemas noradrenérgico (Jokinen et al, 2010), neuroendocrino y de neurotransmisión (Pandey, 2013).
En cuanto a los factores de orden psicológico, se reporta que la conducta suicida se encuentra ligada de manera profunda a la presencia de desórdenes psiquiátricos: aproximadamente nueve de cada diez individuos que cometieron suicidio habían sido diagnosticados previamente con estos trastornos (Cavanagh et al., 2003).
Los trastornos mentales —en especial el trastorno depresivo de inicio temprano— que coexisten con síntomas psicóticos y desesperanza resultan ser los más asociados a la conducta suicida (Morrison, 2015; Barret et al., 2010), seguidos del trastorno afectivo bipolar (TAB), trastornos por abuso de sustancias (adictivos) (Sánchez y Ramos, 2013), esquizofrenia (Ayuso et al., 2012), personalidad agresiva/impulsiva, eventos traumáticos en edades tempranas del desarrollo —como por ejemplo el abuso sexual (Gonda et al., 2012)—, historia familiar de trastornos afectivos, suicidios o intentos suicidas (Arlaes et al., 1998), entre otros.
Finalmente, entre los factores socioculturales se ha identificado que los hombres se suicidan en mayor número que las mujeres, aunque estas últimas tienen más tentativas (OMS, 2014). Así mismo, se ha determinado que el suicidio es más frecuente en individuos que viven en condición de desempleo y con bajo nivel educativo (Borges et al., 2009).
De la misma manera, hay evidencia de que crecer en un entorno familiar aversivo —donde constantemente hay discusiones, peleas, gritos, maltrato físico y psicológico, discusiones y regaños— puede convertirse en un factor de riesgo para la conducta suicida, debido posiblemente a una baja cohesión familiar y apoyo emocional recibido y percibido (Pérez et al., 2010).
Así, los factores socioculturales amplían la lectura de la visión convencional de la psiquiatría y la psicología acerca del suicidio, la cual se centra casi que de manera exclusiva en las dinámicas entre la enfermedad mental y el individuo.
Algunas señales de pensamientos e intenciones suicidas entre jóvenes
El suicidio es un fenómeno bastante complejo. En muchas ocasiones, las personas que tienen ideación suicida o que han estructurado un plan para suicidarse revelan sus intenciones a través de diversas “señales de alerta”, las cuales se manifiestan tanto a nivel verbal como no verbal.
En el caso de las señales de carácter verbal, es posible encontrar pensamientos, verbalizaciones o comentarios negativos sobre la persona (“no valgo nada”, “mi vida es un asco”), el entorno (“no quiero seguir viviendo en estas condiciones”, “estoy harto de esta vida”) y el futuro (“lo que me sucede no tiene solución”), a lo que se denomina la triada cognitiva negativa propuesta por Aaron Beck en 1967.
Es importante ser cuidadoso frente a la identificación e interpretación de estas expresiones, puesto que muchas veces los individuos que están atravesando por situaciones difíciles las emplean, pero sin la real intención de terminar con su vida, por eso se requiere entrenamiento y discernimiento para identificar estas señales.
Por otra parte, hay manifestaciones verbales o escritas de despedida, acompañadas de comentarios relacionados con el acto suicida o la muerte, por ejemplo, “quisiera desaparecer”, “me pregunto cómo sería la vida si ya no estuviera aquí”.
En cuanto a las “señales de alerta” no verbales están los cambios repentinos y drásticos en el comportamiento, que se pueden manifestar en dos posibles vías: (i) el aumento de la irritabilidad, la irascibilidad y del consumo de sustancias psicoactivas, incluido el alcohol; y (ii) la disminución drástica de estados de agitación con tránsito a estados de calma. Este cambio abrupto en muchas ocasiones se considera una aparente mejoría, pero puede señalar peligro inminente.
Así mismo, en las manifestaciones no verbales es posible evidenciar aparición de lesiones corporales (cortes) en diversas partes del cuerpo, desprendimiento de objetos personales muy preciados, preparación de documentos legales en caso de no seguir con vida (testamentos, seguros de vida), encuentros con personas para cerrar asuntos pendientes, entre otros.
¿Qué hechos o acciones podrían disuadirlos de esas ideas?
Disuadir a una persona de su ideación suicida dependerá de muchos factores. No es lo mismo intentar hacerlo cuando el individuo se encuentra a punto de realizar la acción que cuando ha manifestado su intención de hacerlo sin conocer el momento específico.
Los profesionales en salud mental que han recibido entrenamiento previo disponen de una serie de instrumentos útiles para intentar persuadir a estos individuos, como es el caso de los primeros auxilios psicológicos (PAP), orientados a facilitar la comunicación y la expresión emocional, reducir la mortalidad, robustecer las redes de apoyo, así como la información y los recursos necesarios para dirigir la solución de problemas (Corral et al., 2009).
Otros recursos, como la psicoterapia y los grupos de apoyo, pueden servir para persuadir a los individuos sobre sus intenciones suicidas y pueden emplearse en contextos en los cuales la gravedad que comporta la acción del sujeto no es inminente.
En algunas ocasiones las personas que manifiestan tener ideaciones o amenazas suicidas pueden tener ciertas alteraciones mentales. Dependiendo del tipo de trastorno del que se trate, la capacidad de autonomía del sujeto puede llegar a verse comprometida o disminuida y este factor será determinante a la hora de tomar acciones que puedan disuadir a las personas de sus intenciones. De esta manera, las acciones de persuasión, coerción o coacción (cuando son necesarias) frente al suicidio deberán ser acordes al contexto y a la autonomía que el individuo tenga.
David Bazurto Barragán Psicólogo, M.A. en Bioética y en Filosofía Contemporánea, doctorando en Filosofía.