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Notas sobre 'En el enjambre'

“El problema es que nuestra indignación rara vez va más allá de la mera enunciación del escándalo”.

Notas sobre En el enjambre

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Si he podido sacar algo en claro durante esta pandemia ha sido, sin duda, la constatación de que me encuentro enferma. Soy presa, como otros miles de millones, de una afección silenciosa, de una atrofia degenerativa que a primera vista se anuncia inofensiva; sin embargo, en palabras de Pierangelo Sequeri, es justamente en su apariencia inocua que reside “la gravedad de su insidia”.

Abro, por ejemplo, Twitter. Echo un vistazo a las tendencias y “descubro” las novedades frívolas del día, las referencias a nombres y sucesos acostumbrados, que llegan, se van y reaparecen por oleadas. Sin saber cómo, entro en el campo de batalla interminable de los supuestos defensores de supuestas posturas políticas; en la agresividad cansina de los que se enardecen al encuentro de comentarios desafortunados; en el espectáculo habitual de los autodenominados “representantes” del pueblo (aunque ignoran lo que significa representar) y han sabido hacerse con un séquito de usuarios; en la marejada de opiniones que se disfrazan con la apariencia de conocimiento.

Aunque Twitter podría parecer para muchos una herramienta versátil y accesible que abre las puertas a la información y la comunicación de ideas, sería justo decir que es, más bien, una ventana indiscreta a la distorsión de la realidad, al oportunismo y al encumbramiento del ego. Pese a tener consciencia de ello, hay un encanto irrefrenable en visitar y revisitar esta y otras redes sociales, en pasar horas y horas y horas en ellas. Esta es, pues, mi enfermedad. Nuestra enfermedad.

El filósofo surcoreano Byung-Chul Han comparte algunas reflexiones breves, si bien agudas, sobre este fenómeno en El enjambre. No usa el término enfermedad, como lo hago aquí, para referirse a la intromisión desbocada de la digitalidad en la vida cotidiana, pero deja en claro que esta no consiste solamente en un cambio de paradigma cultural, sino también en una suerte de embriaguez que termina por arrojarnos a la crisis.

Hikikomoris digitales

Uno de los primeros puntos sobre los cuales el ensayista llama la atención tiene que ver con la falacia de la democratización de la comunicación. En la medida en que la comunicación no procede de una única fuente ni se desplaza en una única dirección -pensamos- es posible oponer resistencia a los discursos hegemónicos del poder, distinguibles por su carencia de dialogicidad y por su característico movimiento vertical.

Parece razonable pensar, vistas así las cosas, que la comunicación simétrica, la que procede de todos y se dirige a todos, está en capacidad de combatir las dinámicas unilaterales de los poderosos. Lo que sugiere Byung-Chul Han, sin embargo, es que la existencia de una gran variedad de voces que se eleva en esta sociedad hiperconectada no implica necesariamente su articulación en torno a una causa común. No nos escuchamos, no nos respondemos. Lo que hay, para ser precisos, es un barullo ininteligible del anonimato, una shitstorm ruidosa que en nada se asemeja al diálogo, que no conoce el respeto, y que difícilmente puede llegar a configurar un discurso público.

Existen, y eso es claro para la mayoría, razones suficientes que nos impulsan a hablar, a expresar nuestro desencanto, a cuestionar lo que es, a todas luces, injusto y arbitrario. El problema es que nuestra indignación rara vez va más allá de la mera enunciación, del escándalo. Como explica Byung-Chul Han, mientras que la cólera de Aquiles hace posible la épica, nuestra cólera es tan solo un estado afectivo que difícilmente conduce a la acción, entre otras razones, porque no hay un nosotros estable que vele por el cuidado de la sociedad; porque no somos una masa unificada por un espíritu, una dirección, una causa; porque lo paradójico de la hiperconexión es que estamos más aislados que nunca, autoconfinados en nuestra propia celda, como en un enjambre digital:

“Los habitantes digitales de la red no se congregan. Les falta la intimidad de la congregación, que produciría un nosotros. Constituyen una concentración sin congregación, una multitud sin interioridad, un conjunto sin interioridad, sin alma, sin espíritu. Son ante todo hikikomoris aislados, singularizados, que se sientan solitarios ante el display” (28).

El egoísmo de la positividad

Al déficit de acción común se suman otros desórdenes propios del auge de los medios digitales. Uno de ellos es la positividad, esto es, su propensión a “desmontar lo real y totalizar lo imaginario”. En cuanto tomo mi smartphone abro una ventana al panorama de aquello que deseo tener, de lo que me gusta escuchar, de lo que se adecúa a mis intereses. Escojo dar continuidad a algunas conversaciones y dejar otras en stand by; hago scroll sobre la pantalla hasta que una publicación me invita a detenerme; e, incluso, recibo la publicidad que se ajusta a mis búsquedas recientes.

Mi realidad se convierte, de pronto, en aquello que el display me muestra. Lo que no aparece allí, no existe para mí. Así, me muevo en un espacio de positividad porque he entrado en el juego de una interacción narcisista con lo que no es sino un mero reflejo de mí misma. Por eso, Byung-Chul Han afirma que el teléfono inteligente “hace las veces de un espejo digital para la nueva edición posinfantil del estadio del espejo” (42).

Cuando esto ocurre, se reduce la posibilidad de vivir la experiencia del otro y de lo otro, de lo que es diferente a mí, de lo que me opone resistencia, de la alteridad en sí misma. La vida pierde, por tanto, su complejidad, su verdad. Ante nuestros ojos, solo aparece un mundo optimizado, retocado como una fotografía digital que nos blinda “frente a la sucia realidad”, que nos protege frente al dolor de lo fáctico.

La era del rendimiento

El confinamiento que vive el mundo entero por causa del COVID-19 ha convertido en realidad el sueño del imperativo neoliberal del rendimiento: adueñarse de las pocas horas libres de las personas y totalizar el tiempo del trabajo. La digitalidad tiene mucho que ver en el alcance de este logro.

El filósofo surcoreano ya había advertido en El enjambre el hecho de que la movilidad de los smartphones y otros dispositivos de comunicación hace más eficiente la explotación laboral, en vista de que transforma cualquier lugar y lo convierte en un puesto de trabajo. Antes, explica Byung-Chul Han, el trabajo estaba delimitado frente al no-trabajo debido a la inmovilidad de las máquinas. En el punto en el que nos encontramos es difícil afirmar que existan fronteras entre lo laboral y lo no-laboral. Hoy atendemos reuniones de trabajo en el comedor, redactamos informes sobre la cama y, pasados los horarios de oficina, seguimos recibiendo whatsapps de nuestros jefes. Lo más terrorífico de la situación es que pese a la saturación informativa, pese al cansancio de mirar durante más de 10 horas al día la pantalla del computador o del teléfono móvil, elegimos terminar el día viendo una serie en Netflix o mirando videos en YouTube:

De los teléfonos inteligentes, que prometen más libertad, sale una coacción fatal, a saber, la coacción de la comunicación. Entre tanto, se tiene una relación casi obsesiva, coactiva, con el aparato digital. [...] Las redes sociales fortalecen masivamente esta coacción de la comunicación, que en definitiva se desprende de la lógica del capital. Más comunicación significa más capital” (59-60).

Hemos sido conducidos, insensiblemente, a la glorificación de un mundo que se pretende verdadero, pero que por su transparencia carece de concreción e interioridad; de una sociedad que evita mirar a los ojos de los otros y opta por comunicarse con sus espectros; de una realidad donde ya no hay acción, sino operaciones, no hay pensamiento, sino cálculo, no hay confianza, sino control, no hay decisión existencial, sino decisión de compra, no hay futuro, sino un eterno presente imaginario.

Quizá, para hacer frente a las dolencias de esta enfermedad, hay que volver la mirada y el espíritu al ejemplo de una piedra, de la piedra de la que hablaba Heidegger y que cita Byung-Chul Han. En sí misma no parece tener mayor valor; sin embargo, dadas nuestras actuales circunstancias, la (in)soportable levedad que hoy llevamos grabada a fuego, nos supera en peso, nos opone resistencia por su carácter oculto y cerrado, y combate con su solidez la vaciedad de un entorno digital y de una sociedad global blanda, relativista y nebulosa.

Elizabeth Carrillo
Dirección de Comunicaciones
Bogotá, D. C., 6 de mayo de 2021
Imágenes: Freepik
Última actualización: 2021-05-06 18:33