El confinamiento 24/7 suscita miedo, tristeza y otras emociones que, en ocasiones, pueden generar dificultades en la forma de relacionarnos con quienes convivimos. A continuación, les mostramos alternativas para manejar y resolver estos conflictos.
Estamos viviendo una situación completamente nueva y extraña para todos. Lo más comprensible es que nos sintamos estresados o abatidos. Sin embargo, es importante que podamos manejar nuestras emociones y, sobre todo, que podamos sobreponernos para darle paso a la esperanza y a nuevas alternativas que tenemos que imaginar y crear para seguir la vida.
En medio de esta contingencia, la forma de convivir con los otros nos cambió en un fin de semana, se hizo necesario modificar las rutinas cotidianas para adaptar nuestra casa como sitio de trabajo, colegio, lugar de esparcimiento y de cuidado… Ahora nos toca compartir 24/7, como dicen los jóvenes, con aquellos con quienes convivimos en un espacio físico.
Con el paso de los días surgen esas emociones auténticas que ya sentíamos antes de la pandemia, y se hacen evidentes algunas dificultades derivadas de la forma de relacionarnos que ya se habían generado antes del confinamiento. El salir a trabajar o estudiar era una forma habitual de manejar los problemas, al regresar a casa se llegaba con “otro aire” y muchas veces el contacto directo era mínimo, un saludo, una conversación corta o un gesto eran suficientes.
Ahora, cuando debemos permanecer todo el tiempo con la pareja, compañeros/as de apto, hijos/as, familia en general o con nuestra mascota, surge la pregunta: ¿qué hacemos con todo esto que sentimos y que ya no podemos evadir?
Eso está sucediendo en muchos hogares de la ciudad, del país, del mundo entero, y nos lleva a preguntarnos por el tipo de relación al que queremos darle paso a través de esta pandemia. Por eso titulamos este artículo “la otra pandemia”, que bien puede ser la del miedo y la tristeza, o la de otras emociones que nos ayuden a configurar formas distintas de vivir y de valorar los vínculos que necesitamos como apoyo básico en este momento.
Existen muchas maneras de asumir estas cuestiones, y no pretendemos dar la receta única para resolver nuestros conflictos emocionales, pero sí es importante trazar rutas posibles y dejar señales luminosas con las que cada quien pueda iniciar el movimiento hacia un bienestar de lo cercano.
Un primer paso que proponemos es reconocer lo que se siente, darse un tiempo para observar y validar lo que el cuerpo nos manifiesta. Y tratar de arriesgarnos a ponerle un nombre a esa sensación, que se percibe como nudo en la garganta, pesadez en la cabeza o dolor en el cuello, una picada en el estómago quizá. ¿Será que puede llamarse angustia, tristeza, rabia, impotencia, culpa?
Un segundo paso es darnos el permiso de aceptar que sentimos lo que sentimos, está bien sentirse triste, molesto, angustiado, impotente. ¿Por cuánto tiempo me doy ese permiso? El que se necesite, y esto es específico para cada persona, sin embargo, no tanto que afecte las relaciones con los demás o deteriore la salud física.
En un tercer momento, observo qué puedo hacer y qué no puedo hacer con esa emoción en particular. Por ejemplo, me observo y noto que cuando siento rabia, alzo la voz, manoteo o lanzo cosas que tengo en la mano. Si ya soy consciente de esto, la próxima vez que empiece a subir el volumen de la voz, puedo hacer una pausa, retirarme a otro espacio y darme un tiempo para reposar la rabia. Una vez me de cuenta de que estoy en otra sensación más tranquila, puedo proponer una conversación que nos ayude a seguir adelante en la convivencia.
Aquí vale la pena destacar que, antes de iniciar la conversación es importante tener en cuenta las emociones de la otra persona, ¿será que está lista para tener la conversación o necesita un poco más de tiempo? En especial con los hijos, porque a veces tenemos la idea de que ellos deben obedecer a nuestros ritmos y tiempos. “Necesito que organices tu cama ya”, “me pones atención ya porque tengo que hablar contigo”. Recordemos que la imposición y el control generan más molestia y, por lo tanto, de esa manera no vamos a lograr lo que queremos.
Hay un aspecto de reconocimiento en esta convivencia tan cercana y es que todos necesitamos tiempo para estar a solas, así como necesitamos momentos para compartir con otros distintos al círculo de la casa, esto implica aceptar que no somos únicos en la vida de nuestros seres queridos o cercanos. Reconocer que somos parte del mundo de nuestros seres queridos implica aceptar que la otra persona tiene derecho a estar a solas con el celular, amigos, un libro, un programa de televisión o en descanso, “sin hacer nada”.
Otro elemento que nos puede ayudar es reconocer que manejar nuestras emociones es un aprendizaje que genera algunas dificultades, molestias o frustraciones. En realidad, no nos han educado en el manejo de las emociones y este movimiento no es pequeño, nos confronta con creencias y hábitos que vienen de nuestras familias, incluso de tiempo atrás. Hay creencias que nos han guiado en diferentes momentos y que consideramos verdades incuestionables.
Otra sugerencia en relación con este tema es que podamos revisar alguna de esas ideas en las que creemos firmemente. Por ejemplo, ¿si expongo mi vulnerabilidad me puedo ver débil o los demás se aprovecharán de mí? ¿Si ayudo con los oficios domésticos me siento disminuido o sometido? ¿Creo que si los demás no me ponen atención cuando lo pido es porque no me quieren o no me valoran? Revisar nuestras creencias nos puede ayudar a ver las cosas de otra manera y a descubrir cosas que nos permitan estar más tranquilos en la relación con los más cercanos.
Por otro lado, el confinamiento nos pone restricciones muy fuertes de espacio y limita nuestra movilidad. Entonces, en este contexto nos preguntamos ¿se acabó la privacidad? Es posible, sin embargo, podemos generar pequeñas conversaciones para hacer acuerdos de tiempo o espacio, por ejemplo, en la mesa del comedor, durante una hora, cada persona puede estar haciendo una actividad diferente, “juntos pero no revueltos”. No puedo pretender controlar las actividades de todos todo el tiempo, aunque lo haga con la mejor intención.
Incluso es posible que surja otra pregunta: ¿será que lo estoy haciendo bien?, ¿soy buen papá, mamá, esposo, esposa, pareja? Y ante esta pregunta, vale la pena admitir que la relación perfecta no existe, la mamá o papá, hija, hijo, abuelo, abuela, amigos, familia perfecta no existen, porque no es posible ni deseable. Cada persona hace lo mejor que puede con los recursos de los que dispone a mano. Reconocer que todos estamos aprendiendo con esta nueva situación ayuda a bajar el nivel de exigencia con uno mismo y con los demás.
También es importante que pensemos que en esta pandemia, la emocional, sí podemos alterar las formas de “contagio”. Vernos y dejarnos sentir lo que estamos viviendo nos permite notar que las maneras en que dispongamos nuestro ánimo y expresemos nuestras emociones influye en el grupo o familia, bien sea en la modalidad presencial o virtual.
En este momento, es posible hacer ejercicios que nos permiten gestionar nuestras emociones de manera más tranquila y contagiar la aceptación y la paciencia, el optimismo y la alegría. Podemos elegir un tiempo aparte antes de descargar nuestra rabia o nuestro temor sobre las personas mas cercanas. Sí es viable transformar la vida cotidiana durante la pandemia y cultivar gestos, palabras, silencios que nos permitan crear hábitos que ayuden a mejorar nuestras relaciones más cercanas y fortalecer los vínculos que son fundamentales para nuestra vida.
Si lo pensamos con tranquilidad, sí es posible que nos permitamos un momento para apoyar al otro cuando esté triste, darle espacio para la molestia, escuchar lo que necesita o agradecer los cuidados cotidianos.
Esta pandemia nos puede conectar con nuestra humanidad, con nuestras fibras más sensibles, con nuestra posibilidad de crearnos y reinventarnos para darle paso a muchas cualidades y necesidades que estaban dormidas u olvidadas. Esta contingencia puede ser asumida como el momento para revisar nuestros vínculos, para sanarlos o fortalecerlos y darles todo el cuidado que necesitan para hacerse más respetuosos y alegres.