El 10 de noviembre se celebró el último Encuentro de Escritores de 2014. El homenajeado: Luis Fayad, uno de los pocos escritores latinoamericanos de los años setenta que lograron sustraerle la atención al lector de la oleada virtuosa, pero también mediática y monopólica, del Boom.
Con su primera novela, Los parientes de Ester, publicada en 1978, involucra un estilo costumbrista como base de su escritura, mas no con el ánimo de reivindicarlo, sino para superarlo. Así, con su disidencia a la escritura de moda de la época y su estilo inusitado, Fayad se inserta entre los autores destacados de aquella década y pone a los críticos a cuestionarse respecto a la sicología de los lectores, generalmente calificados por aquellos como víctimas irredentas de la seducción inducida por la literatura de masas, erigida por las grandes editoriales.
Desde luego que su proceso de creación contó con un privilegio que pocas plumas colombianas pudieron experimentar: la contingencia de viajar al exterior le confirió una visión sutil de la sociedad colombiana y, en consecuencia, de la naturaleza humana. En relación con este aspecto, el maestro diferencia dos clases de distancia, o dos órdenes de efectos provocados por esta. El primero opera estrictamente en la narración, debido a que la lejanía permite visualizar con mayor agudeza cada objeto; mientras que el segundo efecto está relacionado con el tiempo, puesto que su conjunción con la distancia ejerce un influjo sobre los sentimientos y contribuye a emplear de mejor manera los recuerdos y las experiencias vividas: evidentemente la distancia es una generadora permanente de reflexión.
Y es que fue la distancia lo que lo llevó a lo largo de la charla a recordar sus años de haraganería, cuando, por ejemplo, en el colegio le dio a el y su gallada por esconder el carro de un visitador. Las directivas buscaron el automotor hasta el borde de la desesperación. Cuando por fin develaron la broma, el director del colegio acertó en espetar: "como profesor, lo entiendo; como hombre de Dios, lo perdono; pero como ser humano, sostengo que ustedes son unos hijueputas".
Asimismo, es también la distancia la que lo impulsa a recordar con nostalgia La Lechuza, aquella librería que atendió, la cual hacía las veces de tertuliadero y sobre cuyo suelo anduvieron hombres como Aurelio Arturo y Juan Gustavo Cobo Borda. Es entre el vaho de los libros viejos que recuerda sus primeras lecturas, incendiarias obviamente: Sartre, Camus, Simone de Beauvoir, entre varios otros.
Es la misma distancia la que lo condujo a decirle a la concurrencia que hoy por hoy Latinoamérica no existe para Europa. Que desde esos embates de revolución de segunda mitad del siglo pasado, el viejo continente ha perdido las esperanzas en nosotros, tanto como nosotros mismos.
En efecto, el Turco vive hace más de un cuarto de siglo fuera de su país, pero paradójicamente es este exilio el que le permite dibujar tan finamente nuestra sociedad y nuestros males. La muestra emblemática de ello es Los parientes de Ester. En esta obra Fayad se constituye en una de las referencias para conocer y recorrer vívidamente la Bogotá de los años setenta. Cuando habla de la novela reitera la palabra detalle. Ese era su objetivo: retratar rigurosamente unas anécdotas que solo él sabía de la capital, discurrir con detenimiento por los caminos de sus calles como solo el los vio desde su óptica de narrador y de sicólogo introspectivo, este último uno de los rasgos que se traslucen en cada línea de su escritura.
De este modo, Fayad retrata una Bogotá cuyos habitantes, fuerza de trabajo de una clase media venida a menos, se autoexcluyen de la ambición —tan contumazmente humana— por cualquier tipo de poder. Sus ambiciones, por el contrario, se centran en la sobrevivencia: la trama del desempleo, la lucha infructuosa por los salarios justos y la utopía de la jubilación conforman las preocupaciones vitales que pasan por sus humanidades.
Fayad, quizás por su condición de exiliado voluntario es un hombre de paradojas. Es un colombiano nato, y le dicen el Turco; se fue del país, y casi todos sus textos los ha ocupado Colombia; pero sobre todo, consiguió ahondar en la naturaleza humana a partir del análisis de una sociedad concreta: consiguió aquello que dijo Tolstoi: "Pinta tu aldea y pintarás el mundo".