Conmemoramos la vida de Mary Wollstonecraft Godwin, la escritora que reivindicó el papel de la mujer en una sociedad machista.
Las condiciones sociales, económicas y políticas (principalmente) de épocas anteriores a la instauración del voto femenino, y del reconocimiento (y aceptación) de los seres humanos con diversos tonos de piel, ideologías y creencias, anularon la figura del otro como artista y lo cercaron en un marco patriarcal.
No se puede dejar de lado que las instituciones tuvieron complicidad en estas segregaciones, y ¡con gran razón! ya que fueron establecidas por hombres que desconocían o neutralizaban la pluralidad.
La historiadora Linda Nochlin, en su texto ¿Por qué no han existido grandes artistas mujeres?, señala una serie de reflexiones que ayudan a cavilar en torno al reconocimiento de la historia del otro desde el lenguaje y la manera en que nos referimos a los hechos históricos.
Tal como Linda Nochlin lo menciona en su texto, resulta complicado encontrar a aquellas mujeres que han sido grandes artistas, no porque no hayan existido sino porque, gracias a las condiciones sociales de su época, sus obras se rechazaron de manera constante.
Asimismo, muchas mujeres optaron por firmar con un nombre masculino para así sacar sus obras a la luz, como fue el caso de Artemisia Gentileschi cuando, al firmar sus piezas artísticas, escribió el nombre de su padre en lugar del suyo.
Ese fue el caso de muchas artistas: eran reconocidas por ser esposas, hijas o familiares “de” determinado pintor, escritor, escultor, entre otros, y no por sus talentos y méritos propios. Sin embargo, vemos casos como el de la escritora Mary Wollstonecraft Godwin (Mary Shelley), quien, a través de su libro Frankenstein o el moderno Prometeo, logró inaugurar la ciencia ficción y, pese a que muchos la conocían por su padre (el filósofo William Godwin) o por su esposo (el poeta Percy Bysshe Shelley), después de mucha insistencia, logró que la reconocieran de manera autónoma como escritora de su propia obra.
Esta es la conmemoración de los 170 años del fallecimiento de una escritora que reivindicó el papel de la mujer en una sociedad que brindaba pocas oportunidades.
Mary tuvo que luchar consigo misma y callar frente a la autoría de su libro, pues se creía que su esposo Percy, al haber escrito el prefacio del libro, era el autor del mismo. Aquí cabe detenerse un momento para señalar que la lectura de su obra puede resultar un poco compleja en algunos momentos porque, así como el monstruo que creó Víctor Frankenstein está hecho de “retazos”, esta historia, por la manera en cómo se presenta al lector, también da la impresión de estar hecha de retazos, con un toque de texto epistolar presentado a modo de carta.
Sin duda, es una obra que merece ser aplaudida y estudiada a profundidad, ya que, entre muchos otros detalles, hace reflexionar sobre temas como la vida, la muerte, el cariño, la bondad y, en especial, la naturaleza humana
¿En qué momento se intercambian los papeles del “monstruo” y “el humano” y termina demostrando más humanidad el “monstruo” que el humano en sí mismo?, ¿por qué un “monstruo” reflexiona sobre su existencia si en primera instancia se cree que es un ser irracional?, ¿acaso Mary Shelley decidió escribir desde esa visión masculina debido a la opresión que se vivía en aquella época y para evidenciar cómo los hombres en pro del patriarcado terminaban siendo el auténtico monstruo?
Retomando otro aspecto que Linda Nochlin resalta: la distinción entre arte feminista y arte femenino; el segundo no tiene nada que ver con el primero y supone que sí o sí debería verse lo “femenino” como frágil o delicado tal como (de manera errónea) se le han atribuido dichas características a la mujer.
¿Acaso un hombre no puede crear una obra sutil y delicada? Por ello, es válido decir que el arte feminista pretende dar a conocer la representación de la mujer en el arte para así empoderar a más mujeres y, de la misma manera, hacer reflexionar a aquellos que consideran distinciones entre hombres artistas y mujeres artistas.
La diferencia no debería radicar en el “sexo” de la persona que pinta, que escribe, que esculpe, que baila, entre muchas otras expresiones de arte; sino en la composición, los colores y todos aquellos elementos (incluso el contexto) que permiten entender el proceso de creación de la obra, la obra en sí misma y las posteriores reflexiones que esta genere.
Para dar un punto de giro a esa historia que se ha contado desde instituciones patriarcales, se debe tener en cuenta el lenguaje y la manera de referirse a los hechos factuales.
Finalmente, resulta innecesario hacer distinciones apoyadas en el “sexo” de los artistas, tal como lo menciona la historiadora Linda Nochlin, que lo único que ocasionan es que se siga segregando a otro tipo de artistas que han sido anulados por su color de piel, por su “fragilidad” y falta de voz en épocas donde las estructuras institucionales habían sido establecidas únicamente por hombres blancos (preferiblemente de clase media).
No se trata de redescubrir artistas que habían sido olvidados o anulados por las condiciones sociales, políticas y económicas, se trata más bien de no replicar discursos en donde se encasilla a “la mujer artista” en contraste con “el hombre artista”, de ver el arte por sí mismo y no por sus creadores porque ¿qué sentido tiene hacer distinciones desde el sujeto que crea?, ¿por qué no establecer espacios plurales de reflexión en torno al arte?
Es innecesario develar la otredad como otredad encasillada en sí misma, como por ejemplo “lo femenino”, pues se debe entender desde una visión horizontal en donde se tienen en cuenta no por el hecho de ser otros sino por el simple hecho de ser.
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